martes, 24 de noviembre de 2009

De cómo se puede fumigar una ciudad

Un gran coraje


¿Qué pasaría si
fumigásemos la
ciudad, K ?


- Desaparecía-

La ira me reanima
por un tiempo,
proporcionándome
luz y sombra.


Algo perfecto para
el plan que
necesito.


Sirve de pretexto
cualquier cosa;
un simple sombrero
de papel charol
casi descolorido.


He sopesado las
contingencias,
y estoy dispuesto a
correr el riesgo de
dejarme llevar
corriente abajo.

Un saludo


AV/ ISPA

domingo, 15 de noviembre de 2009

De cómo se puede caer en la absoluta melancolía un domingo a las 17:00

Yasmina del Socorro: ¿Mi canción preferida de la infancia? Cómo olvidar a mi madre, mientras cortaba la cebolla en trozos minúsculos, entonar esa de Ritchie Valens:

Oh, Donna, Oh, Donna
Oh, Donna, Oh, Donna
I had a girl
Donna was her name
Since she left me
I´ve never been the same
Cause I love my girl
Donna, where can you be? Where can you be?

¿Sabía que Ritchie no hablaba español por lo que tuvo que memorizar la letra de La Bamba en ese idioma?
y
¿Sabía que era zurdo?
¿Podría decirme el nombre de los otros dos músicos que murieron con el?
¿A qué no sabe el año exacto de su fallecimiento?
Y la última pregunta... es realmente fácil ¿En qué medio de transporte viajaban cuando tuvo lugar el trágico accidente?

sábado, 7 de noviembre de 2009

De cómo se puede celebrar 40 años de Barrio Sésamo

Susana y su hermanastro

Una vez mi hermanastro tuvo un trabajo.
Fue justo cuando dejó el instituto,
trabajaba en una ferretería
luego perdió el trabajo: lo echaron
decía que no le pagaban lo suficiente,
el trabajo no estaba mal: colocar la mercancía que entraba en las estanterías
eso estaba bien, pero pagaban mal
hacía de reponedor, el inventario vamos.
Un buen día le fue a pedir aumento de sueldo al jefe y le dijo que lo despedía
a mi hermano, sí, bueno, hermanastro.
Entonces va mi hermanastro y entra a la ferretería por la noche
con las llaves que tenía,
lo destroza todo,
entra con un palo y empieza a golpear las estanterías, el ordenador,
se lleva parte de la mercancía que había entrado el día anterior: bisagras, enchufes múltiples, tornillos de última generación, artículos de jardinería: todo lo que pilló.
Después de un par de días escondido por el barrio decidió declararse culpable,
fue a la comisaría.
Estuvo dos meses en la cárcel. Lo soltaron con fianza.
Después nunca tuvo un trabajo, nunca más
dice que no puede estar ocho horas de pie en el mismo sitio
dice:
no puedo, sé que no puedo, lo sé.

Sus colegas ganan más dinero trapicheando.
Agotó el paro,
la ayuda familiar.
No le gustaba estudiar
A quién coño le gusta eso.

domingo, 1 de noviembre de 2009

CONDUCIENDO POR LA CARRETERA



Tengo varios mapas de carretera en la guantera del coche, junto a las cintas de música. Escucho a los Talking Heads mientras voy por la A-66 hacia León. P me espera en la cafetería del nuevo museo que han inaugurado en la ciudad. Voy por la autopista de montaña que comunica Asturias con la meseta. Tiene pendientes bastante pronunciadas, algunas del 13%, y varios túneles sin fin. Se hacen eternos. Algunos mal iluminados y con baches, como el Negrón, de casi cuatro kilómetros. Antes de entrar en él un cartel luminoso informa útilmente al conductor: EN CASO DE ATASCO PARE EL MOTOR. La autopista es de peaje. Ahora estoy en el toll precisamente, y busco monedas para pagar a la mujer. La mujer que trabaja en el peaje de la autopista debe de tener unos 25 años. Me saluda sonriendo y extiende su mano izquierda para alcanzar el importe. Tiene la radio encendida, puedo escucharla desde el interior de mi coche. Emiten un programa musical y oigo a Manu Chao. Demasiado comercial, todo se ha vuelto muy comercial, pienso, mientras le digo adiós a la mujer del peaje de la autopista del Huerna. También observo el paisaje montañoso con los picos nevados, y los pueblos de ahí abajo que veo alejarse mientras el velocímetro marca 100 km/h. Y las diminutas casas vistas desde arriba, como piezas del Monopoly. La señal de interrogación blanca sobre fondo azul (una de mis preferidas), me recuerda que puedo apagar las luces. Es una señal precisa. Es poesía visual en estado puro.

Conducir es algo inenarrable. No sólo supone un auténtico ejercicio de libertad, sino de placidez, es como escuchar permanentemente un mantra. ¿Qué puede haber comparable a la sensación de alejarse de un mundo conocido, aunque al mismo tiempo poco analizado desde otra perspectiva? En la autopista de montaña no hay peligro inminente, adelanto camiones y coches a los que ya resulta imposible descifrar su lugar de procedencia. No estoy de acuerdo con la nueva ley de matriculación, así que juego a imaginar el origen de los conductores; ése, de León, aquél que viene en sentido contrario y que va a 130 Km./h seguro que es de Madrid. Ahora me adelanta señora con madre por copiloto. A mi lado, niños alborotando en la parte de atrás y padre cabreado a punto de parar el coche y dejarlos tirados en el área de servicio de Caldas de Luna, que da nombre a un pueblo ejemplar, considerado así en el año 1959. Cruzo el puente de Fernández Casado, tantas veces retratado y expuesto en concursos fotográficos donde lo que se premiaba era la técnica, no el concepto o la sensibilidad.
Ningún paisaje llega a ser igual. Existen matices, a veces insignificantes que lo singularizan. Conducir supone ir a un punto concreto, aunque realmente uno nunca se dirige a un lugar exacto. Conducir es ir extraviándose lentamente.
Llego al segundo y último peaje de la autopista de montaña. A partir de aquí se extiende una inmensa llanura amarillenta con escasas elevaciones. Más allá, inconfundibles fardos de paja listos para cargar. Me desvío hacia León y dejo atrás la salida hacia La Robla, o Astorga donde veraneaba la dividida y filmada familia de los Panero.