viernes, 9 de septiembre de 2011

EL ESCULTOR Y SU HERMANA

El escultor trabaja 16 horas. Trabaja todos los días, incluidos los domingos. No tiene vacaciones, ni piensa en ellas. Ha olvidado los placeres mundanos; comer bien, sestear, trasnochar. El escultor no tiene amigos, los ha perdido. Su fama de asocial lo fue alejando de los seres humanos. Ni siquiera se comunica con su familia. Parecería no tener familia, aunque la tiene. Existe una hermana que vive en otro país y habla otro idioma, y a veces, cuando está cansada de tanto pelear con sus hijos, de ir a buscarlos al colegio, darles la merienda y preguntarles cuáles son algunas de las características de los insectos, se detiene un instante –como abstraída- y ve a su hermano cortando madera; pegando los pequeños trocitos de madera, secando los trocitos de madera, pintando cuidadosamente los pequeños trocitos de madera y construyendo unas casas a modo de maquetas. Después se imagina cómo su hermano cierra la puerta del estudio con suavidad y se dirige al río, sí, a ése caudaloso donde jugaban de pequeños. Lo figura subido a una afilada roca cercana a la orilla tirando piedras desgastadas al agua, y oye perfectamente el ruido de las piedras; plof, plof. Y ve cómo saltan las ranas, y a unos renacuajos nadar a contracorriente. Lo percibe todo con nitidez...
     
            Continuará